No me considero especialmente chistosa.
Pero sí que tengo buen humor.
Por eso me encanta la gente que cuenta chistes y hace que todo el mundo a su alrededor se sienta a gusto.
Además, mi trabajo de dentista es fundamental para que la gente sonría más a gusto y con toda la amplitud que quieran.
Por eso hoy voy a cambiar un poco el tono del blog y me voy a desmelenar contándote unos cuantos chistes de dentistas.
La dentista chistosa
Cuando estudiaba la carrera de odontología, me hice muy amiga de Adriana, una estudiante un poco más mayor que yo, que empezó a coincidir conmigo en algunas clases, porque había suspendido varias asignaturas y las tenía que repetir.
Adriana es un torbellino: alegre, extrovertida, optimista, divertida y optimista. Además, en nuestra época de estudiantes, también era bastante juerguista. Por eso no se preocupaba mucho de los estudios.
Una de las cosas que más me gustaban de Adriana —por aquel entonces— era su don de gentes.
Tenía la capacidad de transmitir confianza y enseguida se ganaba a todo el mundo.
Estas dotes son muy buenas en las profesiones sanitarias.
De hecho, creo que muchos dentistas —al igual que sucede en otras especialidades— carecen por completo de empatía.
Eso provoca verdaderos malos ratos en muchos pacientes, cuando tienen la desgracia de ser atendidos por profesionales bordes o antipáticos.
Y no me vale como excusa eso de que los médicos estamos para curar.
Si generamos un alto nivel de estrés, de ansiedad, o de incertidumbre en los pacientes a los que estamos curando, no cumplimos correctamente con nuestra labor.
Cuando Adriana acabó la carrera, comenzó a trabajar en la clínica de su padre. Y muy pronto comenzó a hacerse famosa en su ciudad por su gran profesionalidad.
Echaba un montón de horas de trabajo al día. Y siempre con grandes listas de espera de pacientes que solo querían ser atendidos por ella.
Hacía las cosas tan bien que, cuando monté mi clínica Avodent, al diseñar el servicio de odontopediatría AvoKids, lo hice inspirada en la forma de gestionar a los pacientes más pequeños que tenía mi amiga Adriana.
Porque ella tenía claro que ir al dentista era algo que causaba aversión a mucha gente. Y su propósito era que sus pacientes disfrutasen en la medida de lo posible de cada tratamiento, gracias a su actitud con ellos.
Adriana recibía a sus pacientes adultos más miedosos contándoles chistes de dentistas.
De ese modo, el paciente se relajaba y el tratamiento se desarrollaba con más facilidad.
Cuando tenía en su agenda a un niño, les recibía poniéndose una nariz de payaso y haciéndoles gracietas para que se les quitase el posible miedo que pudiesen tener.
Los mejores chistes de dentistas
Un chiste del repertorio clásico de Adriana es este:
“Curiosamente, a los dentistas nos reconocen nuestro trabajo cuando hemos sido buenos en nuestra profesión, con una comida o una cena de homenaje en la que nos entregan… una placa”.
En ocasiones, si el chiste era especialmente celebrado, añadía —como hacen los monologuistas del club de la comedia— el siguiente chiste como complemento del anterior:
“Aunque lo realmente sorprendente sería que en el próximo homenaje, en lugar de una placa, me entregasen un cepillo de dientes gigante…” 😂.
Alguna vez —sobre todo cuando vienen niños de 10 o 12 años a la clínica— me he atrevido a imitar a Adriana y les he contado con algo de rubor el siguiente chiste:
“¿Sabes cómo se dice dentista en chino? Tekito-tukarie”.
El tema de la pérdida de dientes en adultos es bastante controvertido. Mientras que a un niño le hace ilusión, porque viene el ratoncito Pérez y le trae dinero —sin olvidar que al poco tiempo le empieza a salir otro—, esto es algo que no sucede con los dientes definitivos.
“Un paciente sentado en el sillón del dentista: Doctor, ¿voy a perder una muela? A lo que el dentista contesta: Si quiere se la doy en una bolsa. Y luego, si usted la pierde, es problema suyo”.
Ya he explicado que esto de ir al dentista es un trago que pone nervioso a muchos pacientes:
“El dentista a un paciente: ¿Nervioso? Pues un poco, contesta el enfermo. ¿Es tu primera vez?, replica el odontólogo. No, qué va… Ya he estado nervioso más veces”.
Aunque no todo es sufrimiento en el dentista.
Lo mejor es ver la cara de satisfacción de los pacientes, al concluir —por ejemplo— un tratamiento estético, cuando ven que el resultado final es espectacular y que ahora sonríen más a gusto porque se sienten más guapos.
De cualquier forma, hay pacientes que disfrutan especialmente en el dentista:
“Dos faquires coinciden en un espectáculo. Cuando ambos están tumbados en sus respectivas camas de clavos, uno le dice al otro: Mañana voy al dentista. A lo que replica el segundo: Jo, tío. ¡Solo piensas en el placer!”.
Mucha gente no es consciente de lo duro que es el trabajo de dentista:
“Tras una revisión, el odontólogo le explica al paciente: No me queda más remedio que decirle que su dentadura está en muy mal estado. Tendré que extraerle siete dientes por lo menos. ¡Ay, Dios mío!, responde el enfermo: ¿Y eso duele mucho? A continuación, el dentista responde: Hombre, si lo hago muy seguido y no descanso entre diente y diente, a veces me dan calambres en el brazo”.
¿Te cuento un chiste en persona?
Si lees habitualmente este blog ya sabrás que ni los dentistas somos unos torturadores, ni las clínicas dentales parecen casas del terror llenas de objetos punzantes y afilados.
Y hoy espero que hayas observado que también tenemos nuestro puntito de sentido del humor.
Si vives en Alcobendas y quieres que te cuente un chiste en persona, estaré encantada de atenderte en mi clínica Avodent, en la calle Constitución, 6, de Alcobendas.
Y no te olvides de pedir cita online rellenando este formulario